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Los Menéndez de Yucatán…..

13 May 2019

 

Don Antonio Menéndez De la Peña (1845 – 1912)
Doña Ángela González Benítez de Menéndez De la Peña (1846 – 1918), acompañando a su marido, Don Antonio.

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Don Rodolfo Menéndez De la Peña (1850 – 1928)

Se cumple este 12 de mayo el sesquicentenario (1869 – 2019) de la llegada  al puerto de Sisal, en Yucatán, México, de los hermanos Menéndez De la Peña, Rodolfo y Antonio, y de la esposa de este último, Ángela González Benítez, provenientes de Cuba a bordo de la goleta Isabelita.

Habían zarpado en el velero del puerto de La Habana el 10 de mayo escapando a la acción de las autoridades españolas que los acosaban por su vínculo con los independentistas cubanos, convocados en 1868 por Carlos Manuel de Céspedes al grito de ¡»Independencia y Libertad»! (el llamado Grito de Yara) que propiamente inició la Guerra de los Diez Años, misma que fue insuficiente para liberar a la isla del imperio al que estaba sujeta.

Hicieron la travesía con un grupo encabezado por sus abuelos maternos, José Antonio De la Peña y Múgica y Antonia Pérez de De la Peña. Venía también la hermana, Sofía Menéndez De la Peña, que habría de fallecer enferma de tuberculosis unos cuantos años después en la ciudad de Mérida. Antonio Menéndez, el mayor de los hermanos, había contraído nupcias el 30 de abril de 1869, días antes del viaje, con Ángela González. Todos ellos, con unas quince personas más, miembros de la familia De la Peña, cruzaron esa ocasión el Canal de Yucatán tomando rumbo al Suroeste con la intención de iniciar una nueva vida.

Rodolfo Ménendez nos relata acerca del viaje en sus notas biográficas, escritas en 1908. Cuenta cómo el azar determinó el destino de la familia: el abuelo quien pagó el viaje a todos, había considerado en sus planes de huida dirigirse al Canadá, pero en la búsqueda del barco que los trasladaría al puerto de Halifax se topó con un doctor, Méndez de apellido, yucateco de origen, que lo convenció con diversos argumentos de que deberían encaminarse hacia la cercana península. «A poca distancia de Cuba -le dijo-, hay un país, sano, bueno y hospitalario: la vida allí es barata, la gente sencilla y laboriosa. En ninguna parte pueden estar mejor que allí. Ese país es mi patria, Yucatán. La Isabelita es una goleta que hace viajes a Sisal: está hoy en puerto, pues llegó ayer; si usted quiere, puede fletarla, ahí cabe perfectamente toda la familia. En Yucatán estarán como en su propia tierra y a un grito de Cuba. Allí hay varios cubanos y han sido muy bien recibidos. Más aun -agregó- «mi hermano Terencio les recibirá a ustedes y les ayudará en todo cuanto sea necesario». El abuelo recapacitó y cambió el rumbo de la fuga familiar….. y al hacerlo, el destino vital de todos sus acompañantes…. Dio pábulo así a las generaciones de Ménéndez, los de Yucatán, que los sucedieron. Ya han transcurrido seis de ellas y corre la séptima con el nombre y los genes, cada vez más diluidos es cierto, de quienes llegaron aquel día a las playas yucatecas, hace ciento cincuenta años.

Podemos imaginar la expectativa y la incertidumbre que reinó al momento de la llegada de aquel grupo de cubanos descendientes de españoles. Abuelo y abuela al frente de una larga prole de más de veinte personas que incluía a un pequeño de un año de edad, adentrándose en un territorio ignoto para ellos. Podemos sentir cómo esa incertidumbre se fue instalando en el ánimo de los protagonistas al descubrir que en aquel entonces (1869) Yucatán estaba sumido en las tensiones de la Guerra de Castas iniciada hacía doce años (no terminaría sino hasta empezado el siglo XX). Percatarnos del desasosiego de los recién llegados cuando descubrieron que bajo la gubernatura de José Apolinar Cepeda Peraza, hermano del general Manuel Cepeda Peraza quien acababa de morir después de haber restaurado la república juarista en la península al derrotar por las armas a las fuerzas militares del segundo imperio mexicano, se manifestaba clara una crisis política severa que mantenía los ánimos públicos crispados, por decir lo menos, en medio de una severa atonía económica. Todo ello lleva en suma a pensar que nuestros antepasados, a su arribo a la nueva patria percibieron seguramente un recibimiento muy diferente al que el señor Méndez les había augurado como cierto y seguro en La Habana, unos cuantos días antes. Debieron sin duda pasar por tiempos difíciles.

Al pisar tierra peninsular el grupo se dispersó. Los hermanos varones Menéndez De la Peña, con Ángela, mujer de Antonio, llegaron a Mérida, la capital del estado, y decidieron mientras se daban a conocer como lo que eran, maestros titulados de primera instrucción, iniciar un pequeño negocio de tabaco en el que tenían alguna experiencia por haber trabajado en ello en San Juan de los Remedios, su tierra natal. Se instalaron en un local, ahí entre la esquina de La Tucha y La Tortuga. «Eso daba poco. No encontrábamos trabajo y como nadie nos conocía y la situación financiera del país era muy difícil, parecía segura nuestra ruina», refiere Rodolfo en sus memorias. Así habrán mal pasado nuestros personajes su primeros tiempos en la tierra de su adopción. El menor de los Menéndez, Rodolfo, confiesa que se desesperó y decidió volver a Cuba unos cuantos meses después de haber salido, con la intención de reincorporarse a la lucha libertaria. Regresaría a Yucatán hasta 1873, cuatro años después, al verse amedrentado por las circunstancias más adversas que encontró en la isla y frustrado por la esterilidad de los esfuerzos empeñados.

Se reencontraron por fin los hermanos Menéndez De la Peña en Valladolid, una de las ciudades de Yucatán en las que se vivió de forma más cruenta y con mayor intensidad el conflicto social que representó la Guerra de Castas, y donde ya para entonces vivían Antonio y Ángela, ejerciendo ambos su profesión, enseñando a leer y a escribir a la niñez maya del oriente del estado y siendo ella la directora de la escuela para señoritas La Esperanza. Un poco antes, en una escala de su periplo yucateco, viviendo en Tixkokob, habían nacido sus primeros hijos… ya mecían la cuna de su descendencia en el Mayab, lo que desde luego les daba carta de naturalidad en su nueva patria. Rodolfo, en 1875 encontró compañera ahí mismo, en Valladolid: Flora Mena y tendrían su primera hija, Libertad, que nació en esa ciudad oriental. Las dos familias encontrarían hacia 1878 un proyecto más integral en Izamal decidiendo mudarse a esa «ciudad de los cerros», donde nacerían otros de sus hijos. Retornaba la certidumbre y la estabilidad al ánimo de los nuevos yucatecos. A partir de entonces sintieron definido, ya para siempre y hasta sus respectivas muertes, el proyecto común de altruismo y el trayecto inmutable como pedagogos y servidores de la instrucción pública que los animó hasta convertirse en Yucatán, cada uno de ellos, por su propio mérito, en faros de luz y sabiduría, proyectándose desde la humildad de sus respectivas vidas hasta la eternidad de la gratitud yucateca que 150 años después de su llegada les sigue rindiendo homenaje.

Los hijos de Antonio y de Ángela fueron: Yara, Carlos, Bolivia, Sofía, Antonio, Antonio (2), Óscar.

Los hijos de Rodolfo, quien tuvo dos matrimonios, el primero con Flora Mena Osorio, vallisoletana, fueron: Libertad, Rodolfo; Conrado, Conrado (2), Hidalgo, Estrella, Américo, Flora, Héctor e Iván. Tras el fallecimiento de Flora Mena en 1901, Rodolfo volvió a casarse en 1903 con Nemesia Rodríguez y Castillo, originaria de Sotuta, con la que procreó tres hijas: Corina, Cordelia y Leticia.
A esta fecha, todas las personas señaladas anteriormente, primera generación de los Ménendez de Yucatán, han fallecido. Están en el reino de los vivos 6 generaciones descendientes de aquellos mencionados y de los aguerridos que llegaron en la goleta Isabelita en 1869 un día de mayo, como hoy, para transmitirnos sus genes y ofrecernos su ejemplo que admiramos.

En memoria de mis bisabuelos a quienes me enseñaron a querer y a respetar, sin haberlos conocido, escribo esta nota como homenaje y recordatorio de la efeméride familiar en este 150 aniversario de su llegada a nuestra tierra: Yucatán.

 

Rodolfo Antonio Menéndez Menéndez.

Rodolfo Menéndez de la Peña,el Día del Maestro y Salvador Alvarado.

15 May 2010

Rodolfo Menéndez de la Peña Fotografía de 1901 

Maestro Rodolfo Menéndez de la Peña (1850 – 1928). Fotografía de 1901

Hoy se cumplen 160 años del natalicio de don Rodolfo Menéndez, fundador de mi estirpe en México, a quien debo el nombre. Maestro benemérito por declaratoria del Congreso del Estado de Yucatán en 1930. En Yucatán, decir maestro y decir Rodolfo Menéndez  es antonomásico: la Escuela Normal fue llamada en su honor. Dedicó su esfuerzo y qué digo yo, su vida entera, a la enseñanza.

Por coincidencia o porque la historia quiso enfatizar la antonomasia, hoy, en este país, se celebra el Día del Maestro. Doble conmemoración pues, que yo quise fundir en una.

Hurgando en los anales del quehacer del bisabuelo me encontré con un discurso de un personaje también memorable en Yucatán, Salvador Alvarado, gobernador en el estado de 1915 a 1918, quien en un su discurso de clausura del primer Congreso Pedagógico de Yucatán (1915), cuya organización había confiado a don Rodolfo, dijo algo que conviene ser repetido, en remembranza de uno, como recordatorio para los otros y en fin, válgase, como llamada de atención al sistema, que evidentemente no le ha cumplido a aquellos con quienes obligación tiene.

Dijo a los maestros reunidos en tal Congreso el entonces gobernador que la Revolución trajo a Yucatán, al referirse al abandono en que se encontraba  la educación primaria en el estado:  “…me queda una esperanza, la que funden ustedes, y que para ser realizable urge que se den cuenta de que es ahora cuando deben redoblar sus esfuerzos. Ustedes traicionarían a la Patria, si no cumplen con su deber. Al maestro está encomendada la redención del pueblo y para ello no deben escatimar ni energías, ni oportunidad, que yo por mi parte, lo abandono todo para hacer girar el volante del progreso que tiene como eje la educación primaria. La mejor política de un gobierno es la protección a la escuela y al maestro. Es mi política, contad con ello”,

“Al salir de aquí, no crean los señores profesores que han llenado su misión, puesto que sólo vinieron (al Congreso) a plantear para resolver, la cuestión palpitante, la cuestión capital, que es la cultura del niño. Ese es el gran problema nacional y ustedes son los estadistas encargados de darle solución. A mí, más me preocupa el ábaco que la desfibradora (se refiere a una de las operaciones de la agroindustria del henequén, entonces tema toral para la economía de Yucatán) y en ustedes debe privar la misma idea. De hoy en más surja el maestro de entre sus propios escombros para redimirse, que necesita redención también, (ya) que se le ha colocado en segundo orden en el desarrollo de las actividades humanas, siendo así que su misión levanta y engrandece; pise fuerte y golpee recio que para ello tiene derecho el que da la civilización. Hecho grande el maestro, recoja su escudo y tiéndale la mano al analfabeta sacándole de la ignominia, de su ignorancia, como dijera el señor profesor Menéndez, porque de otro modo seréis culpables, señores, si por vuestro abandono deja de salir de los campos o de los pueblos un Juárez, un Altamirano o un Ocampo, de los muchos escondidos en el mundo de los olvidados…”

Opino que es válido e importante repetir todo esto en el aniversario del natalicio de mi antepasado, don Rodolfo; en el día consagrado a los maestros de la patria y en la víspera de un día electoral en un estado, como el mío, Yucatán, en que con las cifras de las últimas encuestas, más del 10 por ciento de la población padece aún, ¡casi un siglo después de pronunciadas las memorables palabras del estadista!, de la lacra infausta del analfabetismo.

 

R. Menéndez. Mérida, Yucatán.

Rodolfo Menéndez de la Peña (1850-1928) Notas inéditas autobiográficas.

15 May 2009

Rodolfo Menéndez de la Peña (1850-1928)

Fotografía de 1898

Escritas por Rodolfo Menéndez de la Peña en 1908. (Transcritas y digitalizadas para este Blog. Publicadas para fines biográficos. )

Yo, Rodolfo Menéndez de la Peña…..

Nací en la Villa de San Juan de los Remedios, cabecera de la jurisdicción de su nombre, en el departamento central de la Isla de Cuba, el 15de mayo de 1850. Fueron mis padres: Don Pantaleón Menéndez y Pérez y Doña Carmen de la Peña y Pérez. Pertenecían ellos a distinguidas familias remedianas, y eran primos segundos. Se casaron en 1844.

Mis abuelos paternos Don Francisco Antonio Menéndez del Toral, natural de Gijón, en España. Había venido a Cuba en 1801. Fue vista de la Aduana de Caibarién. Se casó dos veces: mi abuela camal se llamaba María Pérez y mi abuela política, Ángela Echeverría.
Hijos de mis abuelos paternos: Filomena, nacida en 1810, Gertrudis, Covadonga, Eusebio y Pantaleón (1819). De su segunda esposa: Clotilde, Fernando y Luis Menéndez. Mi abuelo jugaba al billar admirablemente, era un insigne cazador y nadaba como un pez.

Mis abuelos matemos: Don José Antonio de la Peña y Mugica y Doña Antonia Pérez Antonia Pérez. Tuvieron los siguientes hijos: Dolores, Carmen, José Antonio, Elena, Ricarda y Mariano.
Dolores se casó con Don José Juliá, mexicano; Carmen, con mi padre; José Antonio con Doña Domitila Anido; Elena con Don Francisco Montalván; Mariano con Doña Carolina Falera, y Ricarda con Don José Bamet.

Los hermanos fuimos diez: Balbino, Clementina, Fernando, Antonio, Sofía, Cándido y (yo) Rodolfo: los otros tres murieron pequeños y ni siquiera sé sus nombres. Superviven, al escribir estas líneas, Antonio, Cándido y yo.
Balbino murió en la flor de la edad: era ebanista y tenía un taller en la Habana. Murió de tétanos el 16 de noviembre de 1863. El mal le provino de haberle caído una pequeña trincha en el empeine del pie izquierdo. Balbino era tan honrado que, habiendo encontrado un paquete de billetes de banco (unos ocho mil pesos), corrió detrás del coche de cuyo interior había caído el paquete y anduvo cuatro o cinco cuadras detrás de él. Se negó a recibir gratificación. Todos los periódicos lo elogiaron mucho.
Clementina y Fernando murieron pequeños. Sofía murió de tuberculosis el 31 de octubre de 1877, en Mérida. Antes había vivido con mis abuelos en Campeche. Cándido fue a estudiar a los Estados Unidos el año de 1868. Estuvo en "Ellicot", colegio cerca de Baltimore.  Cuando no se le pudo continuar remitiendo la pensión, lo echaron del Colegio y desde entonces se puso a trabajar personalmente. Se casó con Jennie Trembly y ha tenido dos
hijos Frank y Lolita. Ahora viven en Nueva York.
Antonio se casó en Sagua la Grande en abril de 1869. Vino él con su esposa a Yucatán. Ha tenido los siguientes hijos: Yara, Carlos, Bolivia, Sofía, Antonio (muerto en Izamal muy
pequeño) otro Antonio y Oscar.

Yo me case en Valladolid de Yucatán el 23 de enero de 1875, sólo por lo civil. Mi esposa se llamaba Flora Mena. Era huérfana de padre y madre: tenía 19 años y era muy trabajadora, muy buena y muy inteligente. Tuvimos los siguientes hijos:  Libertad, nacida el 25 de octubre de 1875, en Valladolid. Rodolfo de la Luz, nacido en Izamal el 4 de diciembre de 1878. Conrado, nacido en Izamal, en… (otro) 
Conrado, nacido en Mérida, el 15 dejulio de 1883. Hidalgo, nacido en Mérida, el 15 de septiembre de 1887. Estrella, nacida en Mérida el…
Américo, nacido en Mérida el 13 de septiembre de 1889. Flora, nacida en Mérida, el 29 de abril de 1891. Héctor, nacido en Mérida, el6 de agosto de 1893. Horacio Iván, nacido en Mérida, el 9 de enero de 1897. Libertad murió el 10 de octubre de 1894, Conrado el…; Estrella el… Flora Mena de Menéndez murió en Mérida el 23 de julio de 1901, a los 45 años de edad.

El 31 de octubre de 1903 me casé en segundas nupcias con la Señorita Nemesia Rodríguez y Castillo, natural de Sotuta y de 25 años de edad. Nos casamos en Sotuta, únicamente por
lo civil, y sin ceremonia alguna.

Pasé mi niñez tristemente. Estuve en dos o tres escuelas primarias de Remedios y en la escuela de Taguayabón. En Manacas, la pequeña finca de mi padre, aprendí a trabajar en el campo y tomé amor a la agricultura. Me gustaba mucho el trabajo material y fui tabaquero,
dependiente en una tienda, vendedor ambulante, etc. Compartía el tiempo entre el trabajo y el libro. Era muy estudioso y leía con ansiedad cuanto papel, libro o periódico caía en mis manos. Desde muy temprano aprendí y recité versos.
Sin embargo, mi despertamiento intelectual se verificó en el Colegio Superior de San Juan de los Remedios. Había ya muerto mi madre (9 de octubre de 1862) y mi padre se hallaba postrado achacoso (murió el 16 de marzo de 1868), cuando, protegido por mi tío Don José
Antonio Peña, hombre de grandes influencias en Remedios, entré en el Colegio Dirigido por el sabio trinitario Don Pedro Salavarría y Elizondo (1864). Allí hice mis estudios secundarios, y allí fui pasante desde 1965. Daba clases de lectura explicada. Además del
Director, recuerdo a los profesores Don Fernando Ruiz y Don José Castillo. Me recibí en 1867.
En 1867, sin dejar todavía del todo el Colegio, fui nombrado (y este fue mi primer empleo) Estacionario de la Biblioteca pública de Sn. Juan de los Remedios, Con $30. oro de sueldo.
En ese mismo año empecé a escribir versos y articulitos en los dos periódicos de la localidad: El Heraldo y La Atalaya. También escribí en el Liceo y en la Época de Villa Clara. El Director de este último periódico era el esclarecido patriota Don Eduardo
Machado. 
El 10 de octubre de 1868 dio al grito de ¡"Independencia y Libertad"!, Carlos Manuel de Céspedes. La Revolución se fue extendiendo poco a poco y posesionándose de los espíritus.
El 29 e septiembre del mismo año había caído la monarquía de Isabel. En cuba el general Lesurdi seguía gobernando en nombre de la destronada reina, hasta la llegada del general don Domingo Dulce. Éste, para atraerse a los cubanos, dio algunas libertades, entre ellas la de la imprenta. La libertad de imprenta sólo duró el mes de enero. No obstante que el  gobierno había dado un plazo de cuarenta días, que debía cumplirse e1 21 e marzo de 1869, de completas garantías, faltando a ellas aprehendió a infinidad de patriotas.
En Remedios, la noche del 14 al 15 de febrero, fueron reducidos a prisión los más distinguidos hijos de la localidad. Entre los presos se contaban mis tíos Don José Antonio de la Peña y Pérez y Don Mariano. Ellos fueron conducidos primero a la Cabaña y después
a Fernando Poo. Mi señor abuelo Don José A. De la Peña y Mugica, que residía con su familia en Caibarién, decidió entonces emigrar con todos los suyos. Reunió el dinero que pudo (unos 16.000),
dejó encargado de sus bienes a Don José Juliá, casado con mi tía Dolores de la Peña. Juliá era de ideas monárquicas, muy adicto al gobierno español y enemigo de los cubanos y de
nuestra familia.
Yo me había tenido que ir precipitadamente (21 de abril de 1869) para Sagua la Grande, donde mi hermano Antonio tenía un Colegio particular, y estaba para contraer matrimonio con la Señorita Ángela González Benítez, directora de la escuela de niñas de Sagua.
A los pocos días de estar ahí recibí aviso de un amigo en el que me decía que se había librado requisitoria contra mí. Estuve varios días guardado en casa de la señorita Catalina Ortiz, amiga de Angelita, hasta que compramos una cédula en $50 pesos al Comisario de
policía.
También en esos días nos llegó el aviso y orden del abuelo para que estuviésemos listos y dispuestos a embarcamos en la Boca de Sagua, al pasar el vapor Cayero, procedente de Caibarién, rumbo a la Habana.  El 1 de mayo estábamos en el puesto, yo, mi hermano
Antonio y su esposa Ángela González de M. (Se había casado la noche antes).
Llegamos a la Habana el día 2; nos hospedamos dos días en un hotel y luego, mi abuelo alquiló una casa en la calle del Sol, esperando un buque que nos había de conducir al Canadá, país que mi abuelo había designado para nuestra emigración; pero otro era el rumbo que nos marcaba el destino. Un doctor yucateco de apellido Méndez, casado en Yaguajay Gurisdicción de Remedios) con una remediana, visitó a mi abuelo en la Habana: desaprobó su viaje al Canadá, país lejano, de otro idioma y de clima diferente y añadió: "A
poca distancia de Cuba, hay un país, sano, bueno y hospitalario: la vida allí es barata, la gente sencilla y laboriosa. En ninguna parte pueden estar mejor que allí. Ese país es mi patria (dijo), "Yucatán". La Isabelita es una goleta que hace viajes a Sisal: está en
puerto, pues llegó ayer; si usted quiere, puede fletarla: ahí cabe perfectamente toda la familia. En Yucatán estarán como en su propia tierra y a un grito de Cuba. Allí hay varios
cubanos, y han sido muy bien recibidos".- A estas añadió otras razones y presentó otros datos: "Mi hermano Terencio, añadió, le servirá a usted en todo cuando hayan llegado a Mérida".  Mi abuelo se entusiasmó por Yucatán, y en la necesidad de salir cuanto antes de Cuba, temeroso de un atentado y de que le confiscaran sus bienes, se decidió a fletar la Isabelita, (bajo el mando del)
Capitán Ozama.
Hacia el 10 de mayo de 1869, salimos de la Habana rumbo a Sisal.

Personas que, según mis recuerdos, vinimos en la Isabelita:
1. D. José Antonio de la Peña y Mugica.
2. Da. Antonia Pérez de Peña.
3. Ricarda de la Peña.
4. Pablo de la Peña.
5. Cándido de Montalbán.
6. Domitila Anido de la Peña.
7. Elvira Anido.
8. Herac1eaAnido.
9. José A. Peña y Anido.
10. Gertrudis Peña y Anido.
11. Joaquín Peña y Anido.
12.Antonio Peña y Anido.
13. Luis Peña y Anido.
14. Pastor Peña y Anido.
15. Carolina Falero de la Peña.
16. Mariano Segundo Peña y Falero.
17. Antonio Menéndez Peña.
18.Ángela González de Menéndez.
19. Rodolfo Menéndez de Peña.
20. Sofía Menéndez Peña.
21. La morena Mercedes.

Pocos días después de nuestra llegada a Mérida, Antonio y yo pusimos una tabaquería en una casita situada entre la Tucha y la Tortuga.
Preparábamos el tabaco y torcíamos. Yo salía a venderlo por las tiendas,. Comprábamos el material en la casa de mangas situada por el Elefante. Eso daba poco. No encontrábamos trabajo y como nadie nos conocía y la situación financiera del país era muy difícil, parecía
segura nuestra ruina. El abuelo se mostró duro con nosotros y no nos protegió para damos a conocer como Profesores de Instrucción Primaria.
En un momento de desesperación y con propósito de irme a la revolución, resolví volver a Cuba. Me embarque en (la goleta) Isabelita en agosto de 1869. Al llegar a la Habana fui conducido a presencia del Gobernador civil para explicar los motivos que me conducían a Cuba en aquellos momentos verdaderamente difíciles. Me fueron admitidas las excusas que di y puesto en libertad. En la Habana no pude lograr mis propósitos; y de todas las personas que vi, recibí solo esperanzas y dilaciones. Cuando se agotaron mis escasos recursos, resolví ir a Cárdenas, donde vivían varios familiares míos. Allí me sería más fácil encontrar trabajo y
ponerme de acuerdo con los revolucionarios, idea que no se me quitaba de la cabeza ni un momento. Viví en casa de mi tía Filomena Menéndez que tenía recursos y me recibió bien. (Lo mismo) mi tía Covadonga Menéndez casada con Don Manuel López, Capitán retirado del ejercito español. Lo mismo me recibió mi primo Raimundo Rubio, fotógrafo y pintor. Con mi tía  Filomena estaba mi Tío Eusebio. Los hijos de mi tía Covadonga se llamaron: Manuel Herculano, María Antonia, Andrea y Filomena, de los cuales (1908) sólo vive la última, Mi tía Tula, madre de Raimundo, también vivía en Cárdenas, lo mismo que su hija Buenviaje Rubio (Basita). Durante los dos últimos meses de 1869 y todo el año de 1870, tuve clases particulares en Cárdenas y ya estaba en relación con unos revolucionarios para
proporcionar recursos a la Revolución.
En enero de 1871 desaparecí de la ciudad de Cárdenas y me fui a una sitería situada entre Lagunillas, la Teja, cimarrones y el paradero de Contreras. Allí, con pretexto de dar clases a unos niños de un siterio, y estando en relación con los amigos de Cárdenas, estuve todo el
año de 1871, en activa comunicación con los insurrectos de las Villas. Aunque esa zona estaba muy vigilada y yo era tenido por sospechoso. El asesinato de los estudiantes de Medicina (27 de noviembre de 1871) me trajo de nuevo Cárdenas, y ya desde entonces sólo
pensé en salir de Cuba para no volver a ella. No tenía ni un centavo, ni aun ropa que ponerme. Alquilé un cuarto y me puse a dar clases a domicilio y en algunas escuelas particulares. Al fin del año, tenía economizada una buena suma para irme al extranjero y
para conseguir un.pasaporte. (Me costó 50 pesos oro ). Por fin, a fines de enero de 1872 tomé pasaje para la Habana y logré embarcarme en el vapor americano Washington que me trajo nuevamente a las playas yucatecas, (14 de febrero de 1873).

En Mérida vivían Mariano de la Peña con su familia y Ricarda y Sofia. (Entre la Perdiz y la Sirena). El resto de la familia estaba en Campeche. Salí de Cuba, un día después de que se proclamó la
República en España, (11 de febrero de 1873). Estuve varios días en Mérida, hasta que a los ocho o diez días vino a buscarme mi hermano Antonio Menéndez que residía con su familia en Valladolid, desde hacía un año……

(Hasta aquí el texto autobiográfico)

RMM.